La luz del sol, colándose tímidamente entre las rendijas de la persiana, pintaba líneas doradas sobre el rostro sereno de Alex. Laura, sentada a su lado, sentía el peso del cansancio aferrándose a sus hombros, pero lo ignoraba.
Esa mañana, como cada mañana, llegaba cargada de un propósito: despertar a Alex, no con un sacudón, sino con el suave murmullo de su amor.
"Te echo tanto de menos, Alex," susurró Laura, la voz apenas audible por encima del tenue zumbido de los monitores. "Echo de menos tus bromas tontas, tus abrazos que me hacían sentir en casa, la forma en que me mirabas, como si yo fuera la única persona en el mundo. Necesito que vuelvas, mi amor. Necesito que me leas poemas en la vieja librería, que me lleves a perderme contigo en la montaña, que me hagas reír hasta que me duela el estómago."
Sus dedos, entrelazados con los de Alex, buscaban un resquicio de respuesta, un indicio de que sus palabras, como semillas sembradas en tierra fértil, estaban germinando en su conscienc