Los días comenzaron a tejerse en una rutina de esperanza y espera. Laura llegaba a la clínica cada mañana, poco después del amanecer, con el aroma del café recién hecho aún aferrado a su ropa, un pequeño ritual que la anclaba a la normalidad antes de sumergirse en el silencio expectante de la habitación 172.
El personal de la clínica ya la reconocía, saludándola con sonrisas comprensivas y gestos de ánimo. Se había convertido en una presencia tan constante como el suave pitido de los monitores que velaban el sueño profundo de Alex.
La habitación se había transformado en un pequeño santuario. Laura trajo consigo fotografías que colocó estratégicamente para que, si Alex abría los ojos, lo primero que viera fueran momentos felices: ellos dos riendo en la playa, una celebración familiar, la torpe selfie que se tomaron en su primera cita.
También había un pequeño reproductor de música donde sonaban las melodías suaves que a él tanto le gustaban, una banda sonora para sus sueños, o quizás