El amanecer del siguiente día trajo consigo una sensación de incertidumbre. La ciudad, aún vestida en sombras, parecía indiferente a la tormenta que se gestaba en los pasillos del imponente edificio de los Alarcón. Sebastián y Emma sabían que cada decisión tomada en las próximas horas sería crucial, que el destino de sus vidas y el de toda la familia Alarcón pendía de un hilo muy delgado.
Sebastián había pasado la noche sin dormir, su mente trabajando sin descanso, analizando cada posible movimiento. Había algo en su interior que le decía que este era el momento de tomar el control total. Ya no podía seguir siendo el hombre al margen de su propio destino, jugando con las reglas impuestas por su familia, su apellido. Ahora era su vida la que estaba en juego, y Emma, por más que al principio se sintiera como una pieza más en su retorcido juego, se había convertido en algo mucho más significativo.
Se encontraba en su oficina, revisando documentos que confirmaban lo que ya temía: la infil