El amanecer cubría la ciudad con un resplandor dorado, pero Gabriel no tenía tiempo para apreciar la vista desde su despacho. Su teléfono vibraba constantemente con mensajes y llamadas de su equipo. Algo no encajaba. Había sentido la satisfacción de mover sus fichas, de poner a Aitana contra las cuerdas con las pruebas que había plantado. Pero ahora, revisando los reportes de la mañana, notó que todo había cambiado en cuestión de horas.
Con el ceño fruncido, abrió los registros financieros en su ordenador. Algo andaba mal. Muy mal.
-Imposible... -murmuró al ver que los archivos que había manipulado habían desaparecido y que los originales estaban intactos, como si nunca los hubiera alterado.
Su mirada se endureció. Sabía que Aitana no se quedaría de brazos cruzados, pero no había anticipado que reaccionara tan rápido.
-¿Cómo demonios lo hizo? -preguntó en voz alta, sin esperar respuesta.
Tensó la mandíbula y marcó un número en su teléfono.
-Necesito un rastreo completo de activid