A medida que las puertas de la sala se cerraron detrás de Aitana, el peso de la victoria no la alivió como esperaba. En lugar de la satisfacción inmediata, lo que sintió fue una avalancha de emociones que se mezclaban en su interior: un leve resquebrajamiento de su armadura emocional que había estado construyendo durante meses. Había ganado esta batalla, sí, pero la guerra seguía. Aun sabiendo que las pruebas estaban en sus manos, la incertidumbre sobre lo que vendría después no desapareció. La guerra de poder no terminaba con una victoria limpia. Las fuerzas de Gabriel, sus aliados en las sombras, aún podían mover piezas en el tablero.
Elena caminó a su lado, consciente del cambio en su amiga. No era fácil cargar con el peso de haber desmantelado un imperio, incluso si ese imperio estaba construido sobre mentiras y corrupción. Elena había visto a Aitana luchar por esta justicia, pero sabía que el proceso de dejar atrás la guerra, de soltar lo que representaba Gabriel en su vida, era