El amanecer no trajo consuelo a Javier. A medida que las primeras luces del día se filtraban entre las persianas de su oficina, él se sentó frente a su escritorio, con el ceño fruncido y las manos entrelazadas. El peso de la situación era innegable. La información que había recibido la noche anterior lo había dejado preocupado. Sebastián había ido demasiado lejos, y el ataque interno que había comenzado a gestarse dentro de su propia empresa lo había puesto contra las cuerdas. Sin embargo, Javier no era un hombre que se dejara intimidar por la incertidumbre. En su mente, las piezas comenzaban a encajar, y sabía que tenía que actuar con rapidez.
Carlos había sido claro: había encontrado nuevos rastros de la infiltración, pero no era suficiente para llegar al culpable. Sebastián había comenzado a moverse más sigilosamente, como una sombra, utilizando a las personas correctas para ejecutar su plan. Pero Javier también tenía a sus propios informantes dentro del círculo de Sebastián, y eso