El impacto no fue solo físico. Fue un golpe seco al pasado, a una herida que creía medio cerrada pero que, al verla, escocía como el primer día. Miranda. Allí, en medio del pasillo del hospital, recogiendo sus papeles con manos que noté temblorosas.
No pude evitar notar los cambios. La mujer que una vez fue sinónimo de lujo arrogante y perfección quirúrgica ahora era una sombra pálida de sí misma. Su cabello, antes impecablemente peinado y teñido, ahora parecía deshidratado y había regresado a su color oscuro natural. Estaba recogido en una cola de caballo sencilla y desecha. Su ropa… Dios, su ropa era lo que más me golpeó. Un simple jeans desgastado y una chaqueta vieja, nada que ver con los trajes de diseñador y las sedas que solía vestir. Se veía demacrada, más delgada, con ojeras marcadas que ni el cansancio más extremo de la maternidad me había dado a mí.
Y por un segundo, un brevísimo y cruel segundo, lo entendí. Tras el arresto de Charles, su imperio se había derrumbado. Toda