El aroma a tierra húmeda, césped recién cortado y tinta fresca se mezclaba en el aire de la universidad, un perfume que para mí olía a libertad. A un año exacto de la cesárea, mi cuerpo se sentía por fin completamente mío otra vez. Fuerte, capaz. Y mi mente… mi mente volaba en las clases de paisajismo. Anotaba cada detalle, cada concepto sobre composición y especies, con una avidez que me hacía sentir viva de una manera nueva.
Salí del edificio principal con una sonrisa en los labios, ajustando la correa de mi mochila sobre el hombro. El sol de la tarde caía en mi rostro. Y entonces lo vi. El espectáculo más maravilloso que podía imaginar: Frederick, apoyado contra el negro y reluciente auto, con su traje impecable que gritaba poder, pero con nuestra pequeña revolución en brazos. Jesús, de un año, vestido con un pequeño overol azul, se aferraba al dedo de su padre mientras balbuceaba alegremente.
Mi corazón dio un vuelco. Corrí los últimos pasos y me lancé a sus brazos, rodeando con u