Mi pierna había desarrollado un tic nervioso al estar sentada en uno de los bancos de madera fuera del juzgado. Mis emociones estaban a tope, quería culpar al embarazo, pero yo sabía que era por el futuro de mi papá.
Esta podría ser la última oportunidad que tiene para ser libre. Debíamos ganar. Y de eso se encargaría Julián, quién era uno de los más prestigiosos abogados de la ciudad. Tenía fe en sus habilidades.
Hoy expondrían las pruebas, después, comenzarían a deliberar y eso es lo que me causaba más angustia. El tiempo.
Podía tardar una hora, un día, semanas, ¡hasta meses!
Y yo no tenía meses. Si esto no se resolvía esta misma semana, le pediría a Frederick que soborne al gran jurado.
Miré a mi lado, observando a Frederick, quién no estaba mucho mejor; su postura era rígida, los brazos cruzados y la mirada fija en las pesadas puertas de madera como si pudiera abrirlas con la fuerza del pensamiento. Arturo, un poco más atrás, escaneaba el entorno con sus ojos de halcón,