La euforia aún me recorría como una corriente eléctrica mientras caminaba junto a Julián por el largo pasillo que conducía a la salida principal. El eco de nuestros pasos sobre el mármol parecía marcar el ritmo de mi corazón, que latía con una esperanza renovada.
—No te puedo creer que lo hayamos encontrado, Julián —dije, mi voz aún temblorosa por la emoción—. Mañana a esta hora, mi padre podría estar… Libre. Libre.
Julián sonrió, ajustando su maletín que ahora guardaba las copias impresas de nuestra salvación.
—Sí, Charlotte. Finalmente. La justicia tarda, pero llega. Y mañana, le daremos una lección a todo el sistema.
Estábamos a punto de llegar al gran vestíbulo cuando una figura emergió de una de las salas laterales. Era Elisa Lancaster, impecable como siempre en un vestido de seda color champán, pero su rostro, por lo general sereno y compuesto, estaba pálido, y sus ojos, brillaban con una furia helada que me hizo detener en seco.
Había estado escuchando.
—¿Liberar? —Su voz cort