El gran salón estaba siendo despedazado, pieza por pieza, de arriba abajo. Sin contemplaciones. Estaba convencida de liberar a mi padre, pero cuando le había propuesto a Frederick redecorar la mansión, hablaba en serio.
Mi bebé no iba a crecer en aquel ambiente lúgubre, estilo vampírico.
Entrecerré los ojos al ver la cerámica que traían los obreros.
—¿Esa fue la qué compré en la tienda? —Le pregunté a uno de ellos.
Asintió.
—Esa fue la que nos entregaron, señora Lancaster.
Enarqué la ceja, tomando una de las piezas.
—De veía más bonita en la tienda —murmuré antes de depositarla nuevamente en la carretilla.
Los señores siguieron avanzando, pero no podía quitar aquel ceño fruncido de mi rostro al ver esas piezas no tan pulidas.
—Mejor, devuélvelas a la tienda, por favor —añadí—. Elegiré otra mañana.
—Sí, señora Lancaster. Lo que usted ordene —Los hombres se apresuraron en salir.
Aproveché el momento para ir a la habitación y terminar de acomodar las compras que había hecho esta