Con prisa, me encerré en el baño, pasándole el seguro . Marqué el número de Julián. Mientras repicaba, no podía evitar dar vueltas en el lugar, llevarme la mano a la cabeza.
«Esto era mi culpa. ¡Mi puta culpa!»
Fui muy descuidada. Había sobornado al oficial de la cárcel para que no informara de mis visitas, pero se me olvidó añadir al trato a un posible abogado. Ahora el maldito informante había hecho el trabajo de sembrar la duda en Frederick y a tomar cartas en el asunto.
—Contesta… —supliqué.
El tono de llamada sonó, una vez, dos veces… una eternidad. Cada segundo era una aguja clavándose en mis nervios.
—¿Sí? —La voz de Julian era calmada, profesional, pero con una nota de cautela.
—Soy yo —susurré, apretando el teléfono contra mi oído, ahogando mi voz en el pequeño espacio del baño. El eco de la porcelana y el mármol hacía que cada palabra sonara más alta de lo que era, por más que trataba de evitarlo—. Él sabe. Frederick sabe que un abogado visitó a mi padre hoy. Acaban de i