Sentía la emoción acunar mi pecho. No podía creer que en verdad hubiera logrado un avance real con mi suegra. La misma mujer que me acusó de brujería, se atrevió a entablar una conversación conmigo como si fuéramos buenas amigas.
Mis pies se movieron con rapidez por la mansión, en busca de Willy. Era mi cómplice en el caos Lancaster, el único que entendería lo monumental que era haber intercambiado más de dos frases con la temible suegra sin que terminara en un campo de batalla verbal. Además, necesitaba su entusiasmo contagioso para contrarrestar el agobio de la vigilancia constante de Frederick.
Según Arturo, Willy se estaba quedando en su habitación mientras se recuperaba completamente. “Para tenerlo más controlado”, había dicho el jefe de seguridad con esa seriedad que escondía un fondo de ternura por el joven. Me acerqué a la puerta, sonriendo aún por dentro con la imagen de Elisa hablando de rosas con pasión genuina. Sin pensarlo dos veces, empujé la puerta de madera maciza.
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