El grito desgarrador que salió de mi garganta no fue completamente fingido. El pánico, la desesperación por detenerlo, la imagen aún vívida que me quemaba las retinas, todo se mezcló en un sonido visceral de angustia que sonó horriblemente real. Lo crucial fue la mano aferrada a mi vientre, la expresión de terror absoluto que logré plasmar en mi rostro.
Me iba a matar cuando descubriera mi farsa, pero ya no había vuelta atrás.
Frederick se detuvo en seco, como si hubiera chocado contra un muro invisible. Su espalda rígida se tensó aún más antes de que se volviera con una velocidad aterradora. Toda la furia dirigida hacia Willy se evaporó, reemplazada por un pánico instantáneo, más profundo y primitivo que cualquier celo.
—¡Charlotte! —Su voz fue un grito ronco, lleno de un miedo que me estrujó el corazón a pesar de la farsa. En dos zancadas estaba a mi lado, sus manos grandes y fuertes buscando mi rostro, mi vientre—. ¿Qué pasa? ¿Dónde te duele? ¡Habla!
Jadeé, entrecortadamente, forz