Sus dedos grandes y cálidos iban tomando un camino más peligroso, pero no me atreví a decir nada. Sus ojos azules estaban fijos en mi rostro, observándome con intensidad. Mi boca se mantuvo cerrada, como si estuviera sellada. Trataba de fingir que sí toque no era una distracción para mi, para nuestra conversación, pero era muy difícil. Pensé que perdería la batalla cuando sus dedos rozaron la liga de mis pantis, buscando apartarla.
Unos nudillos ligeros tocaron la puerta.
Frederick frunció el ceño al instante, pero sus manos no se detuvieron, moviendo la tela de lugar. Exhalé, cerrando los ojos al sentir mi zona más privada expuesta.
Volvieron a tocar la puerta.
—¿Señor? —Una voz femenina se escuchó del otro lado, pero no la reconocí.
—Estoy ocupado —habló con su voz fuerte y grave.
Me dejé caer por completo en la cama, permitiéndome ceder ante la lujuria.
—Señor… Es urgente —dijo la mujer, con una voz menos potente—. El joven dice que debe hablar con usted.
¿Joven?
Fr