Sus palabras me parecieron irreales.
Parpadeé varias veces, viendo a mi exesposo y después a aquella mujer, que no parecía sorprendida por la noticia. Al contrario, levantó el mentón y cruzó los brazos, con un gesto altanero en su rostro.
—¿Por qué esa mujer se va a quedar aquí? —gruñí una vez que no recibí respuesta a mi primera pregunta.
—Porque están remodelando su mansión y necesita dónde quedarse —Frederick mantuvo sus ojos en mí en todo momento.
—¿Acaso no existen hoteles? ¿Y el resto de propiedades que tiene a su nombre no le son suficientes? —Fruncí el ceño, retándolo.
—Ella iba a irse a una de sus propiedades, pero yo me ofrecí a hospedarla —sentenció.
Me tambaleé hacía atrás, como si me acabarán de dar una bofetada. Porque así fue como sentí sus palabras.
—¿Y por qué hiciste algo cómo eso? —Le grité.
Enarcó una ceja.
—¿Qué? ¿Te molesta? —habló con severidad—. No tengo porque pedirte permiso para alojar a alguien en esta o en ninguna otra propiedad a mi nombre. No er