35Noelia Salí furiosa de la oficina de ese supuesto prometido que se había burlado de mi amiga.Me lancé al asiento trasero del auto y cerré la puerta de un golpe.Sentía que la rabia me devoraba viva.—Llévame a un bar —le dije a Claudio, mi chofer— o puede que me devuelva a matarlo.—Sí, señorita Hazelwood —respondió, siempre atento y sin atreverse a mirarme por el espejo retrovisor.No era un bar cualquiera.Era uno de esos bares exclusivos, de la élite de lobos, oculto a simple vista bajo las narices de los humanos.Aunque había algunos humanos pululando por ahí, los hombres lobo eran los reyes absolutos del lugar.La fuerza, el poder, la arrogancia... se respiraban en el ambiente como un perfume pesado.Me senté en la barra, pidiendo trago tras trago mientras observaba los cuerpos musculosos, las auras poderosas, las miradas predadoras.Quizá demasiado tiempo los estuve mirando.Fue entonces cuando una voz masculina y profunda vibró detrás de mí, electrizando cada célula de mi
36BlakeEl trayecto al hotel fue una tortura deliciosa.Cada movimiento de Noelia sobre mí era una provocación directa a mis instintos más primitivos.Su olor, mezcla de lobo y hembra lista para el pecado, llenaba el reducido espacio del carro, haciendo que me costara no arrancarle la ropa allí mismo.Cuando el auto frenó frente al hotel, apenas esperé a que Claudio saliera para abrirnos la puerta.Tomé a Noelia de la mano y la jalé conmigo, como un hombre moribundo buscando su única fuente de vida.Caminamos hasta la recepción, pero mi cabeza solo podía enfocarse en una cosa: ella.Su respiración agitada, sus labios hinchados, sus pupilas dilatadas...Pedí una habitación con la voz grave, cargada de urgencia, mientras mantenía una mano posesiva en la curva de su espalda baja, reclamándola sin palabras.—Suite presidencial, sin demoras —gruñí.La recepcionista, con las mejillas enrojecidas, nos entregó las llaves sin atreverse a levantar la mirada.Subimos en el ascensor en silencio,
37SeraphinaYa en la casa de Blake salí al patio, había un columpio viejo, de esos que crujen con el viento. Me senté allí, descalza, dejando que el vaivén suave me adormeciera los pensamientos. La noche estaba tibia, casi cómplice, y mi mano descansaba sobre mi barriga mientras la acariciaba con ternura.¿Qué tan diferente sería todo si Ryder hubiera aceptado a los niños?Me imaginaba otro mundo, uno donde él se alegraba con la noticia. Donde me cargaba en brazos y me daba vueltas entre risas. Uno donde me acompañaba a los chequeos médicos, donde hablábamos de nombres, de ropita, de cunas. Pero no. Todo se quedó en un sueño incompleto. Uno que ni siquiera llegó a comenzar.Él fue capaz de drogarme... solo para quitarme la opción de decidir.Suspiré, sintiendo cómo el aire se atascaba en mi garganta. Una lágrima se escapó y me escurrió por la mejilla.Entonces, una mano cálida y grande la secó con suavidad.Di un respingo, sobresaltada, pero al girarme y ver a Blake de pie a mi lado,
1SeraphinaLlevo seis meses trabajando en Enterprise Éter, para el mismísimo Ryder J. Thorne.La primera vez que lo vi, no pude evitar babear un poco. O sea, ¿cómo no hacerlo? Ese hombre parecía sacado de una campaña de ropa cara: alto, cabello oscuro siempre perfectamente despeinado y una mirada capaz de atravesarte sin pestañear. Pero el encantamiento me duró lo que un suspiro. Recordé que necesitaba el trabajo y que babear por el jefe estaba al final de la lista de cosas que no debía hacer jamás.—¡Astor! —gritó desde su oficina, y pegué un salto en mi silla.Juro que lo hace a propósito. Le gusta asustarme. Estoy segura de que debe reírse por dentro cada vez que pego un respingo como si me hubieran disparado.—Dígame, señor Thorne —respondí al entrar en su oficina, mi campo minado personal. Llevaba la tablet entre las manos, lista para anotar lo que sea que se le hubiera ocurrido esta vez.Él no levantó la vista. Solo hojeaba los documentos que, por cierto, yo misma le habí
2SeraphinaHan pasado casi tres años desde que mi jefe y yo... no quiero ni decirlo.Salimos de una reunión que se había extendido más de lo que el señor Thorne había previsto, y eso significaba una cosa: mal humor asegurado. Su aura de "no me toques o muerdo" era tan densa que se podía cortar con un cuchillo.La única que se atrevía a acercarse a él en ese estado era yo. Porque era la única a la que no mordía... al menos no siempre. Suspiré, más para mí que para alguien más, mientras lo seguía por el pasillo.—¿Por qué suspira, señorita Astor? —preguntó de pronto, con ese tono seco que usaba cuando estaba irritado.Me sobresalté ligeramente, sin detenerme.—Señor Thorne, tengo que ir al médico —dije, sin mirarlo.—¿Cómo que al médico? ¿Por qué? ¿Te sientes mal? —se detuvo de golpe, lo que me obligó a frenarme justo a tiempo.—No, no —negué con la cabeza, mintiendo un poco. No quería que se metiera en mis asuntos. Me ponía nerviosa cuando me miraba con esos ojos grises, fríos
3Seraphina Seguí con mi trabajo como si nada hubiera pasado, en la tarde luego de la última junta del día. Caminaba detrás de mi jefe, Ryder Thorne, con unas carpetas en la mano. Sus piernas largas y su estatura imponente lo hacían parecer una montaña en movimiento. Un solo paso suyo equivalía a dos, a veces tres de los míos, así que pasaba el día entero trotando detrás de él como un perrito bien entrenado.—Dile a Oliver Willow que venga en media hora. Necesito la licitación de esa empresa —ordenó con voz firme, sin molestarse en mirar a los lados.Si lo hiciera, su mirada se tornaría fría, con ese desdén que reservaba para quienes babeaban a su paso… que eran muchos. Mujeres, hombres, no importaba. Todos volteaban a mirarlo con una mezcla de deseo y temor. Ryder Thorne imponía, sin necesidad de alzar la voz.—Sí, señor Thorne —murmuré apenas, lo suficientemente bajo para no molestar su concentración.Entramos al ascensor. Esta vez él se colocó detrás de mí. Sentí su presencia
4RyderMe encantaba ver a la siempre recatada señorita Astor con los ojos vidriosos, la respiración agitada y el cuerpo temblando de deseo. Esa imagen era una droga que no podía dejar, un secreto exquisito que solo nosotros compartíamos entre los muros de esta oficina.Desde hace casi tres años, tenía el privilegio —y el vicio— de disfrutar de los placeres desenfrenados que me otorgaba su entrega total. Era mía en todos los sentidos, incluso cuando ella fingía que no lo era.—Seraphina —murmuré, casi como un rezo, sintiendo cómo su nombre ardía en mi lengua.—Ry... Ryder —tartamudeó con un temblor que no era de miedo, sino de pura anticipación.—Me encanta cuando te pones toda zorrita —dije, mi aliento golpeando sus labios húmedos— ¿te vas a avenir para mí como la buena chica que eres?—Sí… si… por favor —suplicó, lo que solo era música para mis oídos— solo...Me senté en mi silla, esa misma desde donde he dirigido imperios, y la contemplé desde abajo. Estaba abierta de pierna
5Ryder—Me encanta que te desestreses con tu “asistente”, pero necesitas vestirte, hermano —dijo Aiden con su sonrisa burlona de siempre— puedes seguir jugando más tarde.—¡Lárgate de una vez! —grité enojado.Aiden sabía de mi pequeño arregló con Seraphina, pero no necesitaba verla en ese estado que solo me pertenecía a mí.—Bien, bien... te doy diez minutos o puede que te arrepientas. No creo que pueda retrasar más a tus invitados inesperados —respondió, cerrando la puerta con una media risa.Inspiré hondo, sintiendo la frustración atravesarme como un dardo envenenado.—Pensé que habías cerrado con seguro —murmuré mientras me incorporaba, la tensión en mi cuerpo esfumándose al instante por culpa de Aiden— bueno ya se fue... ¿Dónde estábamos? —Mejor no... —respondió ella en voz baja, sin atreverse a mirarme, recogiendo su ropa con movimientos torpes y apurados— parece importante ya que el señor Aiden interrumpió de esa manera en su oficina. La virilidad se marchita cuando t