—Rubén, ¿estás molesto? —preguntó Diana, con los ojos llorosos.
Solo podía ver su perfil tenso, la mandíbula apretada. Aunque él mantenía la vista fija en el camino, ella sabía que estaba de pésimo humor.
—No es nada. Te llevo a tu casa —respondió Rubén, con una voz monótona—. No comimos nada, así que busca algo de cenar al llegar.
Diana bajó la cabeza sin decir palabra. Afuera, el aire de la noche era cálido, pero el aire acondicionado del carro, que normalmente era agradable, de pronto se sentía gélido. Un gran peso le oprimía el pecho.
“Ay, Rubén… ¿por qué me tuve que enamorar de ti?”.
...
En el pequeño departamento de soltero de Francisco, Bianca observaba todo con asombro. Jamás habría imaginado que alguien como él viviera en un lugar así.
—Veo que te sorprendió. ¿Qué esperabas, un palacio? —dijo Francisco con una sonrisa amable.
—No, para nada. De hecho, creo que va mucho contigo.
Bianca lo decía en serio. El ambiente allí era mil veces más acogedor que cualquiera de las lujosas