Efraín regresó a la oficina y se dejó caer en su silla, agotado. Cerró los ojos, recargándose en el respaldo. La imagen del rostro pálido de Diana apareció en su mente; se preguntó quién sería capaz de hacerle daño a una mujer tan increíble.
Se masajeó la frente justo cuando sonó su celular. Vio el nombre de Claudia en la pantalla y contestó de inmediato.
—Bueno, Claudia.
—Efraín, ¿estás ocupado? —la voz de ella sonaba agotada.
—¿Pasa algo? —preguntó él, sintiéndose preocupado inmediatamente, ansioso por saber qué ocurría.
—Quiero verte.
Se quedó desconcertado por un momento. Aceptó moviendo la cabeza, olvidando que ella no podía verlo.
—Claro.
—¿Puedes pasar por mí a la oficina?
—Sí, espérame.
Colgó, se levantó y se acercó al escritorio de Carlos.
—Voy a salir. Si surge algo, encárgate, por favor.
Carlos asintió, observando la espalda de su jefe mientras se alejaba. El presidente se veía particularmente cansado hoy.
...
Sentado en el carro, con el motor aún apagado, Efraín jugueteaba