Bianca salió de la oficina de su hermana con la cabeza hecha un lío. El plan de Efraín era audaz, casi temerario, pero tenía sentido. Si lograban convencer a los accionistas, podrían ganar tiempo, quizás incluso revertir la situación. Pero eso significaba trabajar codo a codo con él. Pasar horas juntos, planeando, discutiendo, negociando. La idea le provocaba un escalofrío, presagiando la marea de emociones que estaría a punto de experimentar. Era absurdo. Él era el hombre que, a la primera señal del paradero de Claudia, la había abandonado a ella y a su familia en medio de la peor crisis de sus vidas, sin una sola palabra. Y ahora, ¿se presentaba como el príncipe salvador?
Mientras caminaba por el pasillo, su celular sonó. Era Francisco. El único pilar que le quedaba.
—Hola.
—Bianca, ¿dónde estás? Fui a tu casa a buscarte, pero no estabas. Me preocupé.
—Estoy en la oficina de mi hermana. No te preocupes. ¿Pasó algo?
—No, nada. Solo… quería saber cómo estabas. Y darte algo. —Hubo una