—¿Crees… crees que Efraín me odia? —La voz de Mateo estaba cargada de tristeza, colmada con el peso de una inseguridad que lo carcomía.
Bianca lo miró, y el desconsuelo en los ojos de su cuñado la conmovió profundamente. El contraste entre este hombre honesto y el torbellino de arrogancia y revanchismo que era Efraín no podía ser más grande.
—Mi hermana te ama. —dijo con voz suave y segura—. Eso es lo único que importa.
—Pero no soy suficiente para ella. No tengo nada. —Las palabras salieron de su boca con un dolor infinito, como si cada una le costara un pedazo del alma—. Ella dejó atrás un imperio por mí. Abandonó a un hombre que podía darle el mundo. Y yo… yo solo puedo darle esto.
—¿Suficiente? ¿Acaso el amor se mide? —replicó Bianca, pensando en su propia situación, en cómo Efraín la había juzgado sin siquiera conocerla—. El amor no se trata de dinero o estatus. Se trata de cómo te sientes cuando estás con alguien. Y yo he visto cómo te mira mi hermana. Eres su hogar. Eres su paz