El viaje de vuelta a la mansión fue un infierno silencioso. Efraín conducía furioso, sus manos aferradas al volante con fuerza, acelerando y frenando cuando se acercaba peligrosamente a otro carro. Bianca, por su parte, miraba por la ventana, el precioso collar de Francisco apretado en su puño. El silencio era más pesado que cualquier grito, cargado de celos, rabia y una tensión. ¿Cómo se atrevía a reaccionar así? Él, que la había dejado sola para perseguir a su hermana. Él, cuya crueldad la había empujado a buscar consuelo en otra parte.
Apenas entraron en la casa, él la acorraló contra la puerta, su cuerpo un obstáculo infranqueable.
—¿Desde cuándo? —preguntó, su voz un estruendo de fiereza.
—¿Desde cuándo qué? No sé de qué hablas.
—¡No te hagas la tonta conmigo, Bianca! ¡Tú y él! ¿Desde cuándo se ven a mis espaldas?
—¡No nos vemos a tus espaldas! ¡Es mi amigo! ¡El único que ha estado ahí para mí mientras tú te dedicabas a hacerme la vida imposible! El que no me abandonó cuando mi m