Después del delicioso banquete de bodas, Efraín supo que era hora de volver. La experiencia de esos días había calmado su espíritu. Este lugar, con su paz y su tranquilidad, era ciertamente diferente a la ciudad. Pero no era para él. Si esta era la vida que Claudia quería, él no podía dársela. Y aunque, a su parecer, el esposo de ella no estaba a su altura, tenía que admitir que la amaba profundamente. Quizás eso era suficiente. Mientras tanto, él, en un arrebato de egoísmo, se había casado con la hermana de Claudia. Su irracionalidad la había herido. Lo mejor era regresar y poner fin a ese matrimonio desastroso.
—Claudia, me voy. —Mirar a la mujer que tanto había amado todavía le aceleraba el pulso, pero ya no sentía esa locura impulsiva.
—Fray, ¿qué te parecieron estos días aquí? —le preguntó ella con dulzura.
—Muy bien, muy tranquilos. Es un lugar hermoso, pero no es para mí. Estoy más acostumbrado al mundo de allá afuera —dijo con firmeza, y le dedicó una leve sonrisa.
—Ahora lo e