Esta vez no se negó. Siguió a Mateo de vuelta a la casa de piedra. Al verlos entrar, Claudia les sonrió y sirvió la comida.
—Debes tener hambre. Prueba los guisos de mi esposo.
—Señor Herrera, siéntese. Esto es una especialidad de aquí: arroz con mole y pollo, y frijoles de la olla. También tenemos tortillas hechas a mano, muy sabrosas —lo invitó Mateo con entusiasmo.
—Y este es mezcal artesanal. Lo hizo él mismo, aunque yo también ayudé un poco. Pruébalo, a ver si le gana al tequila o a esos licores extranjeros —dijo Claudia, guiñando un ojo mientras servía en unos vasitos de barro.
Efraín probó un sorbo. Un sabor agridulce y desconocido le llenó la boca. No parecía tener mucho alcohol.
—Amigo, no subestime este mezcal. Pega fuerte después —rio el guía, y se bebió su vasito de un trago.
—¡A comer! —anunció Claudia con voz juguetona, y la cena comenzó.
—Prueba esto, está increíble. —Claudia actuaba como un general en el campo de batalla, dirigiendo con los cubiertos.
—Sí, está bueno —