—Javier, ¿qué piensas de todo esto? —preguntó Lorena, mirando a su esposo con el ceño arrugado.
Javier suspiró.
—No sé ni qué decir. Es... inesperado. No es que no hayamos conocido a otras parejas así, pero jamás pensé que sería el caso de nuestro hijo.
—¿Crees que sea algo serio? ¿O solo una confusión temporal?
—No, no lo creo. Me temo que esto viene de tiempo atrás. ¿Recuerdas lo extraños que se comportaban cuando estuvieron en la casa? En ese momento no le di importancia, pero ahora todo tiene sentido.
—Tienes razón —admitió Lorena, la preocupación tiñendo su voz—. Pero ¿y ahora qué hacemos? La voz de Francisco sonaba como si estuviera llorando. Con este escándalo, la prensa los va a destrozar. ¿Cómo podemos ayudarlo?
—Mira, no te voy a mentir, no puedo decir que los bendigo de corazón. Todavía me cuesta aceptarlo. Pero tampoco quiero presionarlo más. Ahora mismo, lo que más necesita es nuestro apoyo. Me preocupa que no pueda soportar todo esto.
—Entiendo —dijo ella, con un suspiro