Cuando regresaron a la mansión de los Alarcón, ya eran cerca de las cinco de la tarde. Valeria sabía perfectamente que Ofelia estaba preocupada por ella. Deseaba poder sonreír y decirle que todo estaba bien, que no tenía de qué preocuparse, pero por más que lo intentara, no conseguía esbozar una sonrisa. La negatividad seguía ahí, latente. Así que, simplemente, se rindió a su tristeza y guardó silencio durante el resto del camino.
Ofelia la miraba con un aire de cansancio. Le costaba trabajo aceptar a esa Vale tan apagada, pero aunque no sabía qué decir, comprendía que cualquiera se sentiría mal después de escuchar algo así. Se limitó a dar instrucciones en la cocina para que le prepararan su comida favorita.
—¿Y Rubén? ¿Todavía no vuelve? —preguntó Ofelia.
—Llamó para avisar. Dijo que tenía una cena de negocios —respondió Eduardo.
—Otra cena… De verdad que este muchacho… —murmuró Ofelia, visiblemente frustrada. Tras dudarlo un instante, le contó a su esposo lo que había ocurrido en e