Bianca tocó la puerta de Claudia y, al oír una respuesta, entró.
—¿Ya te dormiste?
—No, para nada. Estaba pensando —respondió Claudia, recostada en la cama con una pijama blanca y holgada. Encendió la lámpara de noche—. ¿Qué pasó? ¿Necesitas algo? Pensé que habías salido.
—Sí, acabo de llegar. Los papás de Francisco me invitaron a cenar. Oye, mamá me contó algo... —dijo Bianca con una sonrisa pícara—. Ya no me tienes confianza, ¿o qué? Ahora resulta que te sobran los pretendientes y ya ni me cuentas nada.
—Ay, no digas tonterías. Es solo lo del hijo de ese amigo de papá, el señor Mora, ¿no? No es para tanto, por eso no te dije. —Claudia se rio—. ¿A poco nuestra mamá no es bien celestina?
—¿De verdad no te interesa?
—¿Qué? ¿Tú también quieres que ya me case o qué?
—No seas payasa, solo quiero saber. ¿No quisieras encontrarle un papá a tu bebé?
—¿Un papá? —Claudia soltó un largo suspiro—. La verdad es que puedo sola. Ahorita no tengo ganas de buscar a nadie. —Hizo una pausa—. Reconozco