De regreso a las oficinas de Grupo Herrera, Alfredo no pudo contener su curiosidad.
—Oye, Leo, ese Francisco… ¿es…?
—¿Es qué? Alfredo, ¿podrías dejar de ser tan chismoso? —lo cortó Leo con frialdad. Su humor estaba por los suelos, y tener a ese sujeto a su lado había sido una pésima idea.
—Solo me dio curiosidad. La reacción de Francisco cuando escuchó lo de Rubén me pareció muy rara.
—¿Rara? El único raro aquí eres tú. ¿No tienes nada que hacer en tu empresa? Lárgate de mi vista.
—Oye, tranquilo, solo estoy cumpliendo con la apuesta. Por eso soy tu sirviente, ¿recuerdas?
—Pues se acabó. La apuesta termina ahora. Ya no te necesito, eres increíblemente molesto. Detente en la siguiente esquina y te bajas. Pides un taxi para regresar a tu oficina.
—¿Es en serio? Me corres así nomás. Yo no soy de los que rompen su palabra. Si me voy ahora, luego vas a andar diciendo que no cumplo.
—Tu actitud solo confirma que tomé la decisión correcta. Necesitaba un sirviente, no una plaga. Es más fácil