En la penumbra de la habitación, Francisco estaba sentado solo en el sofá, dándole vueltas a lo que Leo le había dicho ese día: “Ella quiere que tú le diseñes el vestido de novia. ¿Qué dices? ¿Aceptas?”.
Era absurdo, y lo más ridículo era que, pudiendo negarse, había aceptado. En el instante en que dijo que sí, lo único que le vino a la mente fue que así podría hacerle ese último favor a Rubén.
“¿Acaso me estoy volviendo loco?”.
La luz intermitente del celular rompió la quietud, con un parpadeo casi siniestro en la oscuridad. Se acercó, tomó el aparato y contestó en voz baja.
—Bianca.
—Francisco, ya llegamos a la casa mi hermana y yo. Para que no te preocupes.
—Qué bueno, me da mucho gusto. Oye, mañana paso por ti, ¿sí? Tengo algo que decirte —dijo Francisco.
—¿Ah, sí? ¿Y no me lo puedes decir ahora? —preguntó Bianca con curiosidad.
—No, mejor mañana. Hoy descansa bien. Mañana voy por ti.
—Bueno... qué misterioso —dijo ella con una leve sonrisa. Miró a Claudia, que la observaba pensat