—Pasa, Efraín.
Dijo Claudia.
Efraín empujó la puerta de la habitación y se acercó a la cama.
—Debes tener hambre. Pediré que traigan algo.
—No es necesario.
Claudia negó con la cabeza.
—No tengo apetito.
—No, claro que no. No estás bien y si no comes, te vas a poner peor. Si no lo haces por ti, hazlo por tu bebé, ¿entiendes?
Efraín se puso de pie.
—Voy a comprarte algo.
Cuando Efraín salió, Claudia se incorporó en silencio y se miró el vientre. Era verdad, dentro de ella había una pequeña vida. Era madre. Las palabras de Efraín la habían hecho sentir avergonzada. ¿Cómo podía dejarse llevar por sus impulsos de esa manera? Miró por la ventana y cerró los ojos.
“Tendremos un bebé, Mateo. ¿Cómo pudiste dejarme?”.
Efraín caminaba de regreso al hospital con una orden de comida que había comprado en un local cercano. Faltando poco para llegar a la entrada, se detuvo en seco. Sus ojos se clavaron en las dos figuras que se apresuraban a entrar. No eran otros que la causa de su angustia y su de