Francisco, sentado en el sofá, le pasó un vaso de jugo a Tina, que estaba sentada frente a él. Él miraba su taza de café, era evidente que estaba inquieto.
—Francisco, ¿te preocupa algo? —preguntó Tina. Era una chica de aspecto pulcro, con el cabello recogido en una coleta, que irradiaba el aire intelectual de quien ha estudiado en una buena universidad. En su rostro pálido destacaban dos dulces hoyuelos, dándole una apariencia encantadora.
—Perdona, estaba distraído —dijo Francisco con una sonrisa de disculpa. Al abrir la puerta y ver a Tina de pie en el umbral, vestida con un conjunto casual de color blanco y una expresión feliz, tuvo un mal presentimiento. “¿Por qué solo una chica?”. Al voltear a ver a su madre, su sonrisa de triunfo le revolvió el estómago de la rabia. Definitivamente, le habían tendido una trampa. Su madre había montado todo aquello simplemente para presentarle una posible novia.
—Ay, Tina, ¿no decías que tenías muchas ganas de conocer a mi hijo? Ahora que lo ves