Francisco y Rubén bajaron del avión. Al poner un pie en su ciudad, de la que solo se habían ausentado unos días, una inesperada sensación de bienvenida los invadió.
—¿Estás cansado?
Desde el incidente de hacía unas horas, Francisco no había vuelto a dirigirle la palabra. Ahora que habían aterrizado era evidente que sus caminos se separarían de nuevo.
—No, estoy bien. Me voy al estudio. Tú también deberías ir a atender tus asuntos.
Su tono era tan indiferente que parecía que comentaba el clima, como si lo ocurrido horas antes no hubiera tenido importancia alguna.
Esto aumento la molestia de Rubén. “¿Acaso soy el único al que le sigue afectando?”, se preguntó. Una parte de él quería insistir, pero la razón le advertía que no lo hiciera. No podía arriesgarse a destruir el frágil avance que habían logrado.
—¿No vas a buscar a Bianca?
Apenas terminó la frase, quiso morderse la lengua. Hasta él mismo notó el deje de celos en su propia pregunta.
Francisco se quedó desconcertado un instante,