En la suite del club “El Infinito”, Diana estaba acurrucada como una gata junto al cuerpo musculoso de Rubén. Lo observaba con una mirada seductora, sus ojos cargados de una devoción profunda por el hombre con el que acababa de compartir un momento de intensa pasión.
—Tenía tanto tiempo sin verte por aquí, Rubén.
Él acarició el cabello de Diana y, con sus largos dedos, le levantó la barbilla. Su tono era juguetón.
—A ver, Dianita, ¿eso es un reclamo?
—Claro que no. Además, quejarme no serviría de nada, ¿o sí?
Los labios de Diana, de un suave tono rosado, se deslizaron por el pecho de él.
—Me encanta lo lista que eres.
Rubén sonrió, se levantó y, tras ponerse una bata, entró al baño para ducharse.
Diana no se levantó. Su mirada, fija en la puerta cerrada del baño, se llenó de una tristeza profunda y un dejo de resentimiento. Se preguntó si para él solo era eso, una mujer lista. En el amor, hasta la más inteligente comete tonterías, y ella sentía que acababa de cometer una. No sabía cuá