La puerta de la habitación se abrió de golpe. Era Nicolás, con una expresión de urgencia y sin aliento. Sara se levantó de inmediato.
—¿Qué pasa?
—Señora, señor Solís. —Nicolás, agitado, les entregó un periódico.
Sara lo tomó. La foto de portada era de una mujer de mediana edad que no conocía, junto a un joven con el pelo teñido de rubio. El titular decía: "¡El presidente de Empresas Lira y su amorío secreto de años!". Francisco tuvo que sostener a Sara, que palideció y se tambaleó.
—¿Señora, está bien? —dijo Nicolás.
—Estoy… estoy bien. ¿Qué es esto? —logró decir Sara.
—Esa mujer dice ser una antigua amante del señor Lira, y que el joven es su hijo.
—¡Imposible! ¡Antonio jamás haría algo así! —exclamó Sara, mirando a los dos hombres como si buscara confirmación—. Él no lo haría, ¿verdad?
—El señor Lira no haría eso. Esté tranquila, señora —dijo Francisco, aunque no sabía cómo consolarla.
—Nicolás, ¿no estaban en la comandancia? —preguntó Francisco.
—Aunque armaron un escándalo en el