Bianca saltó de la cama, pero un mareo la hizo tambalearse.
Francisco la levantó en brazos y, junto con Sara, corrió hacia la habitación de Antonio.
El doctor Montero y otros médicos ya estaban allí, ocupados. Al verlos, el doctor se acercó.
—Doctor —dijo Bianca, ansiosa.
Él asintió.
—El señor Lira ha despertado.
—Doctor… —Francisco notó que la expresión del médico seguía siendo grave. Algo no iba bien.
El doctor suspiró.
—Aunque ha despertado, ya no es… una persona normal.
—Doctor, ¿a qué se refiere? —preguntó Sara, temblando.
—Su capacidad intelectual es ahora la de un niño de tres años.
El doctor se hizo a un lado. Adentro, una enfermera intentaba darle de comer a Antonio, que se movía y gesticulaba como un niño. No quedaba nada del imponente hombre de negocios.
—¡Antonio! —El grito de Sara fue un lamento desgarrador. Corrió hacia la habitación.
Antonio la miró, confundido, como si una extraña hubiera interrumpido su comida. Molesto, agarró lo primero que encontró y se lo arrojó. E