Hubo una pausa. Después de un momento, la voz al otro lado preguntó con una suavidad inesperada:
—Su herida, ¿cómo se siente?
—Sí, gracias por preguntar. Ya estoy bien.
—Aunque no le pediré dinero, creo que debería invitarme a comer como compensación. No creo que sea pedir demasiado, ¿o sí?
Al oír eso, Leo casi vomita. Qué tipo tan zalamero y manipulador.
—Claro que sí —aceptó Francisco con una sonrisa—. ¿Cuándo le viene bien? Los invito.
—¿Los?
—Sí, a usted y al hombre que lo acompañaba.
—¿Él? —Rubén miró a Leo, que lo fulminaba con una mirada asesina—. Me temo que no tiene tiempo.
—¡Claro que tengo tiempo! ¡¿Quién dijo que no?! ¡Tengo tiempo! —gritó Leo.
Rubén tapó el micrófono rápidamente. Maldito entrometido.
“Rubén, traidor, vendido. ¡Ah, te voy a matar!”.
—Ah, ya veo. Bueno, entonces lo invito a usted cuando tenga tiempo.
—Tengo tiempo ahora mismo. ¿Qué le parece?
—¿Ahora?
—Sí.
—De acuerdo. Primero tengo que dejar unas cosas en el hospital. ¿Qué le gustaría comer?
Al oír la pala