Al llegar a la habitación, Bianca vio con asombro el vendaje en la cabeza de Francisco.
—¿Qué te pasó?
—Nada, un pequeño percance en el camino. El doctor ya me atendió. No te preocupes. ¿Y tu mamá, no está? —dijo él con una sonrisa tonta. No podía decirle que había chocado por ir pensando en ella.
—Mi mamá tuvo que ir a la empresa. Mi papá acaba de comer y se quedó dormido. —Bianca lo miraba con una preocupación evidente reflejada en sus ojos, una preocupación que a Francisco le provocó una sensación dulce.
—De verdad estoy bien. ¿Ya comiste? —le preguntó con suavidad.
Bianca asintió.
—¿Estás cansada? —Le acarició el pelo, sus ojos llenos de una ternura compasiva. Estos últimos días habían sido agotadores para ella.
—Sí. —Bianca recostó la cabeza en su hombro. Apoyarse en él le daba un sentimiento de seguridad, y el cansancio la invadió. Parpadeó un par de veces, adormilada.
—Si tienes sueño, duerme un rato. Yo vigilo. Cuando despiertes, vamos a comer algo y me acompañas a arreglar el