Capítulo 30 El panorama

Horus se encontraba en la ciudadela; el eco de las campanas lejanas le recordaba que pronto cumpliría veinticinco años. Se encontraba en su sala de entrenamiento, con los cristales de hielo formados en el suelo que aún brillaban por el último ejercicio. Su respiración era calma, pero sus pensamientos eran un río incontrolable. Había cargado demasiado tiempo con la memoria de su linaje destruido, con las voces de aquellos que habían muerto en Krónica y con la promesa de que regresaría.

—¿Hay algo que quiera su alteza? —preguntó el comandante Calren, con la reverencia que siempre lo caracterizaba.

—Deseo ver Krónica —respondió Horus con severidad. Su voz no temblaba, sus ojos grises ardían como cuchillas de plata.

El silencio pesó en la sala. Calren bajó un instante la mirada.

—Es peligroso…

—Ya no soy un niño indefenso —contestó Horus con un filo de desprecio—. No haré nada imprudente y me mantendré lejos.

El comandante inclinó la cabeza. Conocía bien esa firmeza; no había poder humano
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