En Atira, el ambiente era distinto al del campo de batalla. El palacio del emperador se erguía como una fortaleza de mármol blanco y obsidiana, resplandeciente bajo la tarde anaranjada. Los ventanales reflejaban los cielos abiertos y las torres parecían custodiar no solo el imperio, sino también el secreto más preciado de Atlas: el embarazo de Leighis Noor.
El emperador estaba pendiente de cada detalle. Había ordenado a los médicos imperiales, sabios y alquimistas, que la vigilaran constantemente. Se aseguraba de que recibiera los mejores cuidados, los alimentos más frescos, las infusiones que fortalecieran su cuerpo y el descanso necesario. Estaba convencido de que los hijos que llevaba en su vientre serían varones, herederos titanes, un linaje digno de sucederle.
Pero mientras los corredores del palacio se impregnaban de esa esperanza, en otro rincón secreto del mundo, Horus Khronos y Hespéride se besaban en la penumbra de una cama. Sus labios se encontraban con pasión creciente, su