Capítulo 119 El fervor

En la mansión secreta, el deseo los envolvió como una marea. No existía la lujuria vacía, solo la urgencia de dos corazones que habían postergado el sentimiento por eternidades. Hespéride inclinó su cuerpo y unió sus labios a los de Horus en un contacto que inició con vulnerabilidad, luego se transformó en una demanda voraz. El joven, con su cuerpo debilitado pero el espíritu incendiado, correspondió a ese fuego con la poca fortaleza que conservaba.

Sus bocas se encontraron en una serie de besos que hablaban de años de soledad compartida. La bruja ajustó su abrazo, sus dedos con uñas largas trazaron caminos sobre el torso de Horus, explorando cada cicatriz, cada relieve, con una delicadeza que contrastaba con su naturaleza salvaje. Bajo ese tacto, la piel de él se estremeció, no por la enfermedad, sino por la intensidad que lo recorría.

Las manos de Hespéride descendieron, encontrando los bordes de la túnica de Horus. Con un gesto firme pero lento, desató los cordones que la sostenían
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