Capítulo 109 La miel

Hespéride extendió un brazo hacia donde sus tres hijas dormían en un canasto protegido por runas. Un manto de oscuridad tangible, suave como el terciopelo y cálido como un ala, se desplegó desde sus dedos y se posó sobre ellas, aislándolas por completo del mundo y asegurando su sueño. Era una cúpula de quietud, un regalo de intimidad que ella, como madre y bruja, podía otorgar.

Al girarse, encontró a Horus ya frente a ella. Sus manos, acostumbradas a desenvainar acero, se mostraron sorprendentemente diestras al desatar los cordones y cierres de su atuendo. No hubo prisa, sino la solemnidad de un ritual. Las prendas cayeron sobre la hierba fresca, y Hespéride quedó bañada por la luz de la luna, su piel pálida y sus marcas púrpuras brillando débilmente. Horus bebió la imagen con una devoción que hacía parecer irrelevante cualquier otra cosa en el universo.

Su boca encontró primero la línea de su clavícula, luego se hundió en el hueco de su cuello. Sus labios, fríos al principio, se cale
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