Cuando Amaris perdió toda esperanza que Claude volviera a ser el hombre del que se había enamorado y cada vez lo odiaba más, empezó a planear su venganza. Ella esperaba que algún día podría escapar de esa vida que llevaba y ahora que al fin estaba libre de ese martirio lo haría. Lo primero que tenía que hacer era buscar a Elliot Velasquez.
Elliot era el Alfa de la manada Midnight y Claude era su mayor enemigo. Hace muchos años, cuando eran adolescentes, tuvieron una pelea y desde entonces no se hablan. El río era lo que dividía las dos manadas y tenía que asegurarse que era la manada Midnight quien la encontraba. –No mires abajo, no mires abajo. –Amaris se repetía, pero no sirvió de nada. Miró abajo. Eran unos buenos quince metros que tenía que saltar. Y el río abajo se veía torrentoso. ¿De quién había sido la idea de saltar? ¡Ah sí! De ella. No lo pensó más y saltó, después de todo esa altura no la iba a matar. Solo dolería. La corriente estaba en su contra, cada vez que ella quería ir hacia un lado, la llevaba hacía el otro. ¡Ella quería escapar de la manada Shadowmoon, no volver! Se golpeó en la cabeza con una piedra, pero eso no le importó… ella siguió avanzando hasta que al fin pudo salir de la corriente para el lugar correcto. Ahora solo tenía que esperar a que la encontraran. El cansancio la venció y se durmió. La siguiente vez que se despertó estaba rodeada de lobos. –Lo siento, no quería entrar en su territorio, solo que… –Amaris hizo un gesto de confusión mientras se levantaba. –¿Me caí? –Eso fue más una pregunta que una afirmación. Miró hacia el río como si este le pudiera dar una respuesta. –No lo recuerdo. Uno de los lobos avanzó y Amaris retrocedió. –No quiero problemas. –Trató de avanzar de vuelta al río y al apoyar su peso en la pierna derecha esta se dobló y cayó al suelo. –Auch… –Eso si que le había dolido. Parece que no había salido tan ilesa de la locura de saltar al río como ella había creído. Una mano en su hombro le avisó que por lo menos uno de los lobos se había transformado en humano. –Tú nos acompañas. Ahora solo tenía que conquistar al Alfa y estaría más cerca de su objetivo. Solo que esa parte iba a ser más difícil de lo que creía. En vez de llevarla a ver al Alfa, la llevaron al hospital para que tratara sus heridas. ¿Desde cuando los hombres lobos eran tan amigables con los extraños? Fue puesta en una habitación y lo único que le indicaron fue que descansara. No podía dormir, ahora que estaba ahí lo único que quería era que apareciera el Alfa para empezar su acto de una buena vez. Pronto escucho que tocaban a su puerta. ¿Es en serio, tocaban? –Adelante. El que abrió la puerta era un hombre alto, con un cabello castaño que estaba amarrado en una cola y de unos ojos también castaños y risueños. –Hola. –Su voz también se notaba risueña, como si nada pudiera ponerlo de mal humor. –¿Hola? –Amaris no podía evitar la interrogación en su saludo. Era… extraño. –Soy Ralf… ¿y tú? –¿Ralf? Entonces no era el Alfa. Amaris abrió la boca para responder y la volvió a cerrar. –No lo sé… –Susurró contrariada. Puso su mejor cara de confusión. –¿No? –Ralf la miró. –¿Sabes donde estabas? –En el rió. –Amaris llevó su mano a su frente, era solo para mostrarle el golpe que tenía ahí. ¡Gracias piedra! –Te golpeaste la cabeza. –Era una afirmación del hombre. –Me duele. Ralf la miró más de cerca antes de tomar asiento a su lado. –¿Recuerdas algo? –Amaris negó con la cabeza. –¿Nada? –Solo cuando desperté… estaba rodeada de lobos y después uno se transformó en humano. –Eso sí había pasado, así que no tenía porqué negarlo. –¿Eres una mujer loba entonces? –Ralf me olió. –No… no hueles a loba. –Murmuró para sí. –¿Eres humana? Pero no hay una ciudad humana en más de cien kilómetros. ¡Mierda! ¡Mierda! –No lo sé. –Amaris llevó sus manos a su rostro y empezó a llorar. Con todo lo que le había pasado las lágrimas no demoraron en llegar a sus ojos. –Es todo tan confuso. –Calma, calma. –Se notaba que Ralf no sabia que hacer con una mujer que lloraba. El llanto de Amaris se descontroló un poco. –¡Es que no entiendo nada! Como Ralf no sabía que hacer, terminó saliendo del cuarto de hospital. Pasaron unos minutos antes de que Amaris pudiera controlar su llanto. Después de una hora al fin tuvo otra visita y esta vez esperaba que fuera el Alfa. Si lo era. Y este si que era un hombre con el que no se podía jugar. Tenía un aire que te obligaba a estar en tu mejor comportamiento cuando estabas en su presencia. Era intimidante. Aunque tenía unos ojos verdes que hacían que Amaris no pudiera apartar la vista. Sin esperarlo se sonrojó. Miró sus manos que estaban apoyadas en su regazo para no verlo a los ojos. –Soy el Alfa Elliot. Ralf, mi beta, me habló de tí. Dice que no recuerdas nada. –Es correcto. –No te creo nada. –¿Qué? No tengo razón para mentir. –Amaris tenía que salvar la situación a como diera lugar. –No eres humana, tampoco una mujer loba… ¿Qué eres? –Su voz era dura y su pregunta fue hecha para que Amaris la respondiera. En ella no funcionaba ese tono Alfa, pero prefería no decirle eso. –No lo sé. –La voz de Amaris era tímida, tranquila. –No recuerdo nada. –¿No serás parte de la manada Shadowmoon? –Preguntó sospechoso. Amaris puso su mejor cara de confusión. –¿Shadowmoon? No sé de qué me habla. –Tenía que cambiar de tema. –Escuche… yo solo quiero un lugar donde quedarme hasta que recuerde todo… ahí me iré. Lo prometo. No voy a molestar… aunque necesitaré trabajo. El Alfa permaneció serio con la mirada fija en ella. –Vamos cariño, no seas así. La chica no recuerda nada. –Una mujer en avanzado estado de embarazo fue la que ingresó esta vez. –¿Estabas escuchando Silvana? –La voz del Alfa Elliot cambió, era suave al dirigirse a esta mujer. –Sabes que sí… si te dejo solo quizás que harías con ella. Además aunque venga de parte de Claude, no podrá hacer nada. Ya han pasado muchos años y se ha mantenido alejado. ¿Por qué querría acercarse ahora? –Tienes razón. –El Alfa se paró para ayudar a la mujer a llegar a la silla que había estado ocupando. Ella era la luna de la manada Midnight. ¿Como Amaris no sabía que la manada tenía luna? ¡Y una embarazada! Todos sus planes se iban a la basura, ella no estaba para meterse en un matrimonio. Ella había pasado por eso… nunca se lo haría a otra mujer.La noche llegó sin estrellas.Amaris estaba sentada en el borde de la cama, envuelta en una bata que olía a lavanda. Afuera, el bosque susurraba, como si quisiera decirle algo. Tal vez lo hacía. La luna no se había mostrado desde que despertó. Ni siquiera ella quería verla.No podía dormir. La imagen de Silvana embarazada aparecía una y otra vez en su mente. No por celos. No por envidia. Sino por la cruel ironía. Había venido buscando un arma. Una forma de atacar a Claude donde más le doliera: en su orgullo, en su poder. Pero en sus planes nunca había estado que Elliot pudiera tener una vida. Una esposa. Un hijo en camino. ¿Qué clase de mujer sería si me interpusiera entre ellos?La respuesta era sencilla. Sería igual que Claude.Y ella no quería ser como el hombre que odiaba. Amaris apretó los puños, aun un poco mareada por el dolor de cabeza aunque ya era miniño. Se recuperaba rápido. Tenía dos opciones; quedarse, fingir debilidad, fingir olvido, ganarse la confianza de Elliot y
El camino hasta la cabaña no fue largo, pero Amaris no dijo una palabra. Iba caminando al lado de Ralf, observando los edificios a su alrededor, a los niños jugando, a los vendedores, a todos. Se notaban contentos, tranquilos. Muy diferente a como ella se sentía.Ralf caminaba con las manos en los bolsillos como si no tuviera ninguna responsabilidad en el mundo.–Es una buena zona –comentó de pronto, señalando con la barbilla–. No está tan lejos de la casa del alfa, pero tampoco tan cerca.Amaris no respondió.–La cabaña es pequeña, pero privada –siguió hablando.–No necesito privacidad –murmur&oac
La sala de archivo, era un cuarto oscuro, lleno de polvo que en cuanto Amaris lo vio, lo odió. Estaban todos los informes en cajas, puestos por todo el lugar sin un orden. Ordenar ese lugar iba a tomar tiempo. Mucho tiempo. Se arremangó su blusa y empezó con su tarea titanica. La mayoría de los archivos eran tediosos. Informes de rutina, horarios de patrullaje, rotaciones de guardia… solo que las fechas estaban revueltas y eso era lo que tenia que ir arreglando. Amaris había perdido la cuenta de las horas. Entre papeles rotos y registros medio ilegibles, el trabajo era más una prueba de paciencia que de habilidad. Le llevaron un sandwich a la hora del almuerzo que comió mientras seguía ordenando ese lugar. Solo que por momentos estaba encontrando algo que no cuadraba. No era constante, no aparecía todos los días, pero ahí estaba. Escondido entre los reportes de patrullaje. Cerca de la medianoche, nunca la misma hora, siempre distinta y solo una hora. Y nunca había dos vacíos segu
El leve chirrido de la puerta interrumpió momentáneamente el silencio del despacho. Amaris alzó la vista. Silvana entró con una bandeja entre las manos y una sonrisa suave que iluminaba su rostro. El aroma a pan recién horneado y té tibio se deslizó por la habitación con una calidez acogedora. Al verla, Elliot, dejó el bolígrafo sobre la mesa y se puso de pie. –Buenos días –dijo él, acercándose a ella. –Buenos días, amor –respondió Silvana, levantándose ligeramente de puntas para besar su mejilla–. Te traje algo de desayuno. Pensé que tal vez no habías comido nada desde anoche y… bueno, como no volviste a casa… supuse que estabas trabajando, pero me quedé esperando igual. Elliot le sostuvo la mirada por un instante. –Lo siento –dijo él en voz baja–. Perdí la noción del tiempo y después no quería despertarte tan tarde. Ella negó con la cabeza, comprensiva.–No importa. Ya sé cómo te pones cuando algo te inquieta –murmuró con ternura y le acarició el rostro con dulzura. Luego mir
Amaris se levantó para dejar todos los reportes en una esquina del escritorio de Elliot. Algunos sobresalían del montón y al querer enderezarlos, uno de los papeles resbaló.—Cuidado —murmuró Elliot al mismo tiempo que ella estiraba la mano para atraparlo.Ambos se agacharon a la vez. Sus manos se rozaron haciendo que ella se moviera apresuradamente perdiendo el equilibrio. Sin pensar, Elliot la sujetó por la cintura para evitar que se cayera.Quedaron así, congelados por un instante. Ella sostenida por él, sus rostros más cerca de lo que debería ser cómodo, con la respiración entrecortada por la cercanía. Amaris se enderezó enseguida, apartándose con rapidez. Pero no pudo evitar sentir como su corazón se aceleraba.—Gracias —dijo en voz baja, evitando mirarlo y con las mejillas sonrojadas.Elliot carraspeó y dio un paso atrás, incómodo, rascándose la nuca.—¿Y? —Elliot tosió en su mano antes de volver a hablar—. ¿Has recordado algo?Ella lo miró, sin saber si la pregunta era por cur
La cabaña estaba en penumbra, iluminada apenas por la tenue luz de la lámpara sobre la mesa. Amaris, envuelta en una manta, daba vueltas con una taza entre las manos. La imagen de Silvana adentrándose en el bosque seguía firme en su memoria. No había podido contárselo a nadie aún… aunque la idea de hablar con Ralf empezaba a parecer más segura que seguir callando. No solo porque necesitaba que confiaran en ella, sino que también porque algo estaba ocultando y no creía que fuera bueno. Unos golpecitos sonaron en la puerta.“Llegó Ralf”, pensó Amaris antes de acercarse y abrir. Encontró a Ralf con su sonrisa fácil de siempre.—Hola chica misteriosa. ¿Molesto? —preguntó con voz baja.—Depende —respondió ella, cruzándose de brazos con una ceja levantada y una pequeña sonrisa en el rostro. Era fácil hablar con Ralf. Era como un pequeño hermano molesto. —No vine solo —dijo él, ladeando la cabeza.Detrás de él apareció Elliot con los brazos cruzados y la expresión neutral… o al menos eso i
Los últimos días habían sido un torbellino de preparativos. Desde que Amaris comenzó a ayudar a Silvana, el tiempo parecía haberse comprimido en una sucesión interminable de tareas: acomodar las mesas, revisar el menú, supervisar la llegada de los arreglos florales, probar combinaciones para el cóctel de bienvenida. Silvana no le delegaba demasiado, pero no podía negar que la presencia de Amaris le era útil. Ayudaba en todo lo que le pedía y tenía un excelente gusto en las decoraciones. La cena sería el sábado por la noche, y algunos alfas ya habían confirmado que se quedarían hasta el día siguiente. Los preparativos estaban casi listos, y Silvana le entregó una carpeta con la lista definitiva de invitados para que organizara las tarjetas de bienvenida. Amaris se sentó en una de las mesas aún vacías, alejadas del bullicio, y abrió la carpeta. Iba pasando los nombres, reconociendo a algunos por lo que había escuchado en la oficina de Elliot o nombres que había oído antes, cuando aún
El salón principal estaba casi listo. El aroma a flores frescas y pan horneado flotaba en el aire, mientras las omegas iban de un lado a otro organizando los últimos detalles. Amaris, acomodando un ramo de peonías en la mesa principal, se volvió hacia Silvana, que revisaba todo con una expresión atenta.—¿Cómo te sientes? —preguntó Amaris—. Debe ser agotador estar organizando todo esto estando tan cerca de tener a tu bebé.Silvana la miró sorprendida por un instante, pero luego sonrió con dulzura.—He tenido días peores —dijo con una risa ligera, llevándose la mano al vientre—. Pero sí, a veces me pesa un poco más de lo que quisiera.Amaris bajó la mirada hacia su vientre redondeado.—¿Te falta mucho?—Unos dos meses, más o menos —respondió Silvana, su voz teñida de una mezcla de emoción y nerviosismo—. Ya quiero tenerlo en brazos… aunque también me aterra un poco.Amaris sonrió de manera genuina, a pesar del nudo que sentía en el estómago. —Supongo que es normal. Es un cambio enorme