A Amaris se le cayó la bandeja con tragos que tenía de la impresión. Y ese ruido hizo que todos quitaran la vista de la nueva pareja para mirarla a ella, también atrajo la mirada de su marido que solo tenía repulsión para ella.
–¡Vete! –La enlazó mentalmente para ordenarle eso. Ella obedeció. Ya no quería estar ahí, presenciando eso. Corrió al patio para tomar aire, necesitaba despejarse. Miró el cielo, pero no se veía la luna, las nubes la ocultaban. Cuando logró calmarse volvió al ático. No pasó mucho tiempo después de volver que escuchó como todos los vehículos abandonan la propiedad, lo más seguro es que querían dejar a la nueva pareja sola. Amaris se preparó; esa noche no sería fácil para ella. Y tenía razón. No lo fue. Pocos minutos después que se fueran todos, el dolor comenzó y está vez ella encontraba que era peor que todas las otras veces. Sabía que está mujer estaría de forma permanente en la vida de Claude y no sabía que le haría a ella cuando supiera de su existencia. Después de lo que para ella fueron horas el dolor cesó. Supuso que al fin podría dormir, pero en cuanto se acomodó escucho pasos subiendo al ático. La puerta fue abierta por una mujer furiosa. –¡Tú! ¿Quién crees que eres para interferir entre mi compañero y yo? –Fue lo primero que le dijo con odio. –Soy su compañera elegida. –No importaba que fuera tratada como esclava, ella en realidad era la Luna de esa manada. –Eso no vale nada delante de una compañera destinada. ¡La Diosa Luna nos unió! Y por tu culpa mi compañero no puede marcarme. –Amaris no quería escuchar nada de la Diosa Luna. Ella la tenía abandonada. –¿Y qué quieres que yo haga? –Puede ser que en ese lugar todos la tratan como basura, pero sabía que con la llegada de esa mujer ya no había un lugar para ella y a lo mejor al fin podría irse de ahí. –¡Muérete! –Si, la verdad Amaris lo pensó. Eso la libraría de todo ese dolor que sentía, pero con eso no podría vengarse de esa manada y ella quería tener su venganza algún día. –¿Morir? ¿No sería más fácil que el Alfa me rechazara y listo? Claude estaba detrás de Alice y dijo esto mirándolo. –¿Crees que será así de sencillo? Tú… una puta barata, sin loba, que se cree la luna de esta manada… ¿Crees que vas a conseguir irte tan fácil?–La que habló fue Alice. –¡No! Tienes que pagar. ¡Guardias! Alice gritó por los guardias hasta que llegaron. –Llevenla a la plaza. Tiene que aprender una lección. Amaris no se resistió, sería inútil. Nunca podría escapar de ellos. En cuanto llegaron fue amarrada a un árbol en el centro del lugar. –Cien latigazos. –Alice seguía ordenando. Amaris no aguanto una risa. –¿Te ríes? ¿Encuentras que es muy poco? Doscientos latigazos. –Solo pensaba que ustedes dos se merecían. Son tal para cuál. –Pues gracias, para mí eso es un honor. Empiecen. Y los guardias obedecieron. Empezaron a golpearla y a contar cada latigazo que recibía. Amaris no sabía si su cuerpo aguantaría todo ese castigo o terminaría por matarla. Con los años se había hecho un poco tolerante al dolor, pero nunca había recibido tantos azotes juntos. Pronto tenía la espalda en carne viva y aún faltaban ciento cincuenta azotes. Su garganta también estaba sufriendo, solo que era por los gritos que no podía callar. Solo quería que todo terminara y con alivio le dió la bienvenida a la inconsciencia. En algún momento medio despertó y sintió que estaba tirada en el suelo. Aún estaba oscuro, así que seguía siendo de noche. –¿Qué hacemos con ella? –No la quiero aquí. Tirenla al río. Entraba y salía de la inconsciencia y eso lo pudo escuchar. Lo siguiente que sintió fue el agua fría que la despertó y ocasionó que sus heridas le ardieran. Pero no tenía fuerzas para nadar así que la corriente la arrastró. La marca de compañero en su cuello empezó a arder y ese fue otro dolor que su cuerpo tenía que soportar. Él la estaba rechazando. Con lo último de sus fuerzas aceptó el rechazo y después la inconsciencia se la tragó. La siguiente vez que despertó estaba en una cama, calientita. Y en cuanto miró a su alrededor supo dónde estaba. Ese era su antiguo dormitorio en casa de su madre. ¿Así que al fin se había acordado de ella? Amaris no creía que ella nunca supiera por lo que estaba pasando. Su madre solo quiso castigarla al no haber ido por eso. ¿Cómo una madre podía ser tan cruel con su propia hija? Al escuchar que la puerta se abría supo que después de tres años iba a ver a su madre. –Despertaste. –Amaris podía escuchar el alivio y alegría en la voz de su madre. –¿Te importa? –Fue sarcástica. No podía ser de otra forma. Con todo lo que había vivido era una suerte que aún siguiera entre los vivos. –Por supuesto que sí. –¿Entonces por qué no me fuiste a buscar antes? ¡Estoy segura que sabías lo que estaba pasando! –Eso era lo que Amaris se preguntaba todas las noches. ¿Dónde estaba su mamá? ¿Por qué la había abandonado? –Lo sabía. –Se lo confirmó. –Al inicio se que seguías cegada por él y no habrías vuelto. –¿Y después? ¡Y después Selene! Nunca había llamado a su madre por su nombre, pero estaba enojada y ella le había confirmado que sabía todo lo que estaba pasando. –¡Responde! –Hija… sabes que me prometí nunca más volver. –Y la mirada de Selene se perdió entre sus recuerdos. –¿Una promesa es más importante que yo? ¿¡Una promesa es más importante que tú hija!? –Amaris no podía seguir en ese lugar. Con las pocas fuerzas que había podido reunir se levantó de la cama lista para salir de ese lugar. –Hija no estás en condiciones… –¿Ahora te importa? Si en estos tres años no te importó que tu hija fuera torturada no debería de importarte que es lo que pasa conmigo ahora. –¡Claro que me importa! Siempre me importó. –¡Mentiras! –Amaris le gritó. –Si te importara me habías buscado. –Entiende hija… no puedo… –Pero bien que pudiste ir a buscarme ahora… –Estabas sola… lejos de la civilización… –Pues debiste dejarme. Mejor sola que contigo. –Sus palabras eran duras, pero era lo que sentía. –Amaris, ¿Por qué me dices eso? –¿No lo sabes mamá? En estos tres años pase por el infierno todos los días. ¿Sabes todo lo que me hicieron? Me hicieron abortar a mi bebé, fui golpeada, insultada, tratada como sirvienta en mi propia casa… ¡Una esclava! Eso es lo que yo era. ¿Y donde estaba la mujer que podría haber detenido todo aquello? –Amaris no esperó a que respondiera. –En casa, con miedo de romper su promesa. Gracias mamá, gracias por demostrarme que te importo menos que una promesa. Amaris estaba cansada, por tres baños había llevado una vida horrible y ahora que estaba libre de su verdugo solo quería una cosa: venganza. Iba a hacer lo que tuviera que hacer para ver al Alfa Claude y a la manada Shadowmoon destruidos. No iba a descansar hasta que eso pasara. Salió de su antigua habitación sin importarle los llamados de su madre. A ella tampoco la quería ver.Cuando Amaris perdió toda esperanza que Claude volviera a ser el hombre del que se había enamorado y cada vez lo odiaba más, empezó a planear su venganza. Ella esperaba que algún día podría escapar de esa vida que llevaba y ahora que al fin estaba libre de ese martirio lo haría. Lo primero que tenía que hacer era buscar a Elliot Velasquez. Elliot era el Alfa de la manada Midnight y Claude era su mayor enemigo. Hace muchos años, cuando eran adolescentes, tuvieron una pelea y desde entonces no se hablan. El río era lo que dividía las dos manadas y tenía que asegurarse que era la manada Midnight quien la encontraba. –No mires abajo, no mires abajo. –Amaris se repetía, pero no sirvió de nada. Miró abajo. Eran unos buenos quince metros que tenía que saltar. Y el río abajo se veía torrentoso. ¿De quién había sido la idea de saltar? ¡Ah sí! De ella. No lo pensó más y saltó, después de todo esa altura no la iba a matar. Solo dolería.La corriente estaba en su contra, cada vez que ella querí
La noche llegó sin estrellas.Amaris estaba sentada en el borde de la cama, envuelta en una bata que olía a lavanda. Afuera, el bosque susurraba, como si quisiera decirle algo. Tal vez lo hacía. La luna no se había mostrado desde que despertó. Ni siquiera ella quería verla.No podía dormir. La imagen de Silvana embarazada aparecía una y otra vez en su mente. No por celos. No por envidia. Sino por la cruel ironía. Había venido buscando un arma. Una forma de atacar a Claude donde más le doliera: en su orgullo, en su poder. Pero en sus planes nunca había estado que Elliot pudiera tener una vida. Una esposa. Un hijo en camino. ¿Qué clase de mujer sería si me interpusiera entre ellos?La respuesta era sencilla. Sería igual que Claude.Y ella no quería ser como el hombre que odiaba. Amaris apretó los puños, aun un poco mareada por el dolor de cabeza aunque ya era miniño. Se recuperaba rápido. Tenía dos opciones; quedarse, fingir debilidad, fingir olvido, ganarse la confianza de Elliot y
El camino hasta la cabaña no fue largo, pero Amaris no dijo una palabra. Iba caminando al lado de Ralf, observando los edificios a su alrededor, a los niños jugando, a los vendedores, a todos. Se notaban contentos, tranquilos. Muy diferente a como ella se sentía.Ralf caminaba con las manos en los bolsillos como si no tuviera ninguna responsabilidad en el mundo.–Es una buena zona –comentó de pronto, señalando con la barbilla–. No está tan lejos de la casa del alfa, pero tampoco tan cerca.Amaris no respondió.–La cabaña es pequeña, pero privada –siguió hablando.–No necesito privacidad –murmur&oac
La sala de archivo, era un cuarto oscuro, lleno de polvo que en cuanto Amaris lo vio, lo odió. Estaban todos los informes en cajas, puestos por todo el lugar sin un orden. Ordenar ese lugar iba a tomar tiempo. Mucho tiempo. Se arremangó su blusa y empezó con su tarea titanica. La mayoría de los archivos eran tediosos. Informes de rutina, horarios de patrullaje, rotaciones de guardia… solo que las fechas estaban revueltas y eso era lo que tenia que ir arreglando. Amaris había perdido la cuenta de las horas. Entre papeles rotos y registros medio ilegibles, el trabajo era más una prueba de paciencia que de habilidad. Le llevaron un sandwich a la hora del almuerzo que comió mientras seguía ordenando ese lugar. Solo que por momentos estaba encontrando algo que no cuadraba. No era constante, no aparecía todos los días, pero ahí estaba. Escondido entre los reportes de patrullaje. Cerca de la medianoche, nunca la misma hora, siempre distinta y solo una hora. Y nunca había dos vacíos segu
El leve chirrido de la puerta interrumpió momentáneamente el silencio del despacho. Amaris alzó la vista. Silvana entró con una bandeja entre las manos y una sonrisa suave que iluminaba su rostro. El aroma a pan recién horneado y té tibio se deslizó por la habitación con una calidez acogedora. Al verla, Elliot, dejó el bolígrafo sobre la mesa y se puso de pie. –Buenos días –dijo él, acercándose a ella. –Buenos días, amor –respondió Silvana, levantándose ligeramente de puntas para besar su mejilla–. Te traje algo de desayuno. Pensé que tal vez no habías comido nada desde anoche y… bueno, como no volviste a casa… supuse que estabas trabajando, pero me quedé esperando igual. Elliot le sostuvo la mirada por un instante. –Lo siento –dijo él en voz baja–. Perdí la noción del tiempo y después no quería despertarte tan tarde. Ella negó con la cabeza, comprensiva.–No importa. Ya sé cómo te pones cuando algo te inquieta –murmuró con ternura y le acarició el rostro con dulzura. Luego mir
Amaris se levantó para dejar todos los reportes en una esquina del escritorio de Elliot. Algunos sobresalían del montón y al querer enderezarlos, uno de los papeles resbaló.—Cuidado —murmuró Elliot al mismo tiempo que ella estiraba la mano para atraparlo.Ambos se agacharon a la vez. Sus manos se rozaron haciendo que ella se moviera apresuradamente perdiendo el equilibrio. Sin pensar, Elliot la sujetó por la cintura para evitar que se cayera.Quedaron así, congelados por un instante. Ella sostenida por él, sus rostros más cerca de lo que debería ser cómodo, con la respiración entrecortada por la cercanía. Amaris se enderezó enseguida, apartándose con rapidez. Pero no pudo evitar sentir como su corazón se aceleraba.—Gracias —dijo en voz baja, evitando mirarlo y con las mejillas sonrojadas.Elliot carraspeó y dio un paso atrás, incómodo, rascándose la nuca.—¿Y? —Elliot tosió en su mano antes de volver a hablar—. ¿Has recordado algo?Ella lo miró, sin saber si la pregunta era por cur
La cabaña estaba en penumbra, iluminada apenas por la tenue luz de la lámpara sobre la mesa. Amaris, envuelta en una manta, daba vueltas con una taza entre las manos. La imagen de Silvana adentrándose en el bosque seguía firme en su memoria. No había podido contárselo a nadie aún… aunque la idea de hablar con Ralf empezaba a parecer más segura que seguir callando. No solo porque necesitaba que confiaran en ella, sino que también porque algo estaba ocultando y no creía que fuera bueno. Unos golpecitos sonaron en la puerta.“Llegó Ralf”, pensó Amaris antes de acercarse y abrir. Encontró a Ralf con su sonrisa fácil de siempre.—Hola chica misteriosa. ¿Molesto? —preguntó con voz baja.—Depende —respondió ella, cruzándose de brazos con una ceja levantada y una pequeña sonrisa en el rostro. Era fácil hablar con Ralf. Era como un pequeño hermano molesto. —No vine solo —dijo él, ladeando la cabeza.Detrás de él apareció Elliot con los brazos cruzados y la expresión neutral… o al menos eso i
Los últimos días habían sido un torbellino de preparativos. Desde que Amaris comenzó a ayudar a Silvana, el tiempo parecía haberse comprimido en una sucesión interminable de tareas: acomodar las mesas, revisar el menú, supervisar la llegada de los arreglos florales, probar combinaciones para el cóctel de bienvenida. Silvana no le delegaba demasiado, pero no podía negar que la presencia de Amaris le era útil. Ayudaba en todo lo que le pedía y tenía un excelente gusto en las decoraciones. La cena sería el sábado por la noche, y algunos alfas ya habían confirmado que se quedarían hasta el día siguiente. Los preparativos estaban casi listos, y Silvana le entregó una carpeta con la lista definitiva de invitados para que organizara las tarjetas de bienvenida. Amaris se sentó en una de las mesas aún vacías, alejadas del bullicio, y abrió la carpeta. Iba pasando los nombres, reconociendo a algunos por lo que había escuchado en la oficina de Elliot o nombres que había oído antes, cuando aún