La noche llegó sin estrellas.
Amaris estaba sentada en el borde de la cama, envuelta en una bata que olía a lavanda. Afuera, el bosque susurraba, como si quisiera decirle algo. Tal vez lo hacía. La luna no se había mostrado desde que despertó. Ni siquiera ella quería verla.
No podía dormir.
La imagen de Silvana embarazada aparecía una y otra vez en su mente. No por celos. No por envidia. Sino por la cruel ironía. Había venido buscando un arma. Una forma de atacar a Claude donde más le doliera: en su orgullo, en su poder. Pero en sus planes nunca había estado que Elliot pudiera tener una vida. Una esposa. Un hijo en camino.
¿Qué clase de mujer sería si me interpusiera entre ellos?
La respuesta era sencilla.
Sería igual que Claude.
Y ella no quería ser como el hombre que odiaba.
Amaris apretó los puños, aun un poco mareada por el dolor de cabeza aunque ya era miniño. Se recuperaba rápido. Tenía dos opciones; quedarse, fingir debilidad, fingir olvido, ganarse la confianza de Elliot y usarlo o irse y buscar con qué dañarlo en otro lugar. Con la primera opción terminará comportándose igual o peor que Claude, solo le importaría conseguir lo que ella quería y nada más. Con la segunda, sería todo más lento, puede que nunca conseguiría lo que tanto anhelaba.
Se levantó.
Descalza, caminó hasta la ventana. El vidrio estaba frío, pero el aire del bosque era familiar. Hogar. Refugio. Promesa. Amaris sonrió. ¿Todo eso un bosque? No caería en esa ilusión. El bosque no era nada de eso para ella.
Más allá de esa manada, pasando el río se encontraba Claude que seguía creyendo que la había eliminado. Que había ganado.
Pero estaba viva y lo haría pagar.
No haciendo sufrir a otra mujer. No rompiendo un hogar como habían roto el suyo.
De pronto, algo en el límite del bosque hizo que fijara su vista en el. No importaba la oscuridad, ella podía ver tan bien como si fuera de día y ahí había alguien. Estaba de pie, quieto, con la contextura de un hombre, medio oculto entre los árboles y mirando fijamente hacia uno de los edificios y luego se dió la vuelta ingresando al bosque.
Minutos después apareció otra figura, pero esta venía de los edificios y caminaba lentamente como si solo estuviera dando un paseo acercándose más y más al bosque.
Amaris contuvo el aliento. Esta segunda figura iba con la mano en su vientre. Un vientre muy abultado.
Silvana.
Se fue por el mismo camino que había tomado la otra persona hasta que se perdió en el bosque. Amaris se quedó inmóvil, los ojos fijos en el lugar por donde desaparecieron las dos figuras, esperando, solo esperando hasta que volvieran a aparecer.
Y fue solo Silvana la que volvió.
.
La luz del sol filtrándose por la persiana anunciaba que la mañana había llegado, pero Amaris ya llevaba rato despierta. No había dormido bien. O en absoluto. Su mente seguía girando en círculos alrededor de la escena que había presenciado en el bosque.Podía ser que no fuera nada, pero algo en su instinto le decía que eso era importante.
Aunque claro… Ella no era la que tenía el mejor instinto, si fuera así no habría caído en las garras de su ex.
Cuando la puerta se abrió sin demasiada ceremonia, ya estaba sentada en el borde de la cama.
–¡Buenos días, chica misteriosa! –anunció Ralf, con esa sonrisa suya que parecía perpetua–. ¿Dormiste algo o estuviste planeando tu huida toda la noche?
–Estoy considerando ambas opciones –respondió Amaris, cruzando los brazos.
Él soltó una carcajada y levantó una bandeja con el desayuno.
–Vengo en son de paz. Traigo casa, comida y trabajo. ¿Ves qué considerado soy?
Amaris ladeó la cabeza con curiosidad.
–¿Casa?
–Una cabaña para ti. Pequeña, acogedora, en la zona norte. No es un palacio, pero tiene chimenea y agua caliente. –Le dejo la bandeja en la mesita de noche para que comiera.
Ella lo observó unos segundos.
–Parece que me la estás vendiendo. –Amaris sonrió. –Gracias.
–Ahora –continuó Ralf, tomando una silla y sentándose–, tenemos que ver en qué puedes colaborar. Aquí todos aportan, incluso los que llegan medio… desmemoriados.
Amaris medio sonrió con su comentario.
–Supongo que se cocinar y todo lo que tiene que ver con una casa.
–¿Quieres ayudar en la cocina? –Ralf se quedó en silencio un momento. Por sus ojos Amaris se dió cuenta que estaba hablando con alguien, después de unos segundo volvió a hablar.
–Tú rostro me dice otra cosa, no quiere ni ver una cocina. Así que cocina no. Descartada. –Ralf cruzó una pierna sobre la otra–. El Alfa Elliot quiere que trabajes directamente en la casa de la manada con él. Archivando, clasificando documentos, ayudando con inventarios. Ya sabes… cosas aburridas que nadie quiere hacer.
–Pero… él no confía en mí. –Amaris recordó el día anterior cuando este le dijo que no le creía nada.
–Y por eso mismo te quiere cerca.
–¿Para vigilarme?
–Exacto –respondió él sin rodeos–. Cree que así es más fácil saber qué haces, qué escuchas, qué miras.
–¿Y tú qué opinas? –preguntó ella, con un poco de reto en su voz.
Ralf se encogió de hombros.
–Yo opino que si estás escondiendo algo, Elliot te va a descubrir tarde o temprano. Y si no lo estás… bueno, ahí veremos qué pasará.
Trabajar con el Alfa. Ella ya había decidido no involucrar a Elliot en su venganza, pero… esta oportunidad era demasiado buena para dejarla pasar.
–Acepto –dijo finalmente.
Ralf asintió, poniéndose de pie.
–Entonces nos vemos esta tarde. Te acompaño a la cabaña, y mañana empiezas a trabajar.
Ya en la puerta, se volvió con una media sonrisa.
–Por cierto, te dejo una advertencia: Elliot no es paciente. Y no le gusta que le toquen los papeles sin permiso, así que cuida tus dedos. –Estaba listo para salir, pero la volvió a mirar como si recordara algo–. ¿Ya recuerdas tú nombre? Porque no puedo seguir diciendo “chica misteriosa” cada vez que te vea. Queda raro en los informes.
Amaris lo miró fijamente. Sabía que era ahora o nunca. Podía seguir fingiendo… o empezar a tomar el control de su historia. Después de un pequeño silencio, habló con voz firme.
–Amaris.
Ralf arqueó una ceja, como si lo probara mentalmente.
–¿Amaris… algo?
–Solo Amaris –dijo ella, alzando el mentón–. Por ahora.
Una chispa divertida cruzó los ojos del beta, pero no insistió.
–Está bien, Amaris-sin-apellido. Es un buen comienzo. Te veo en la tarde.
Y esta vez, se fue en serio.
Cuando la puerta se cerró, Amaris se quedó sola con el eco de su propio nombre. Uno que aún le pertenecía… aunque todo lo demás hubiera sido arrancado.
El camino hasta la cabaña no fue largo, pero Amaris no dijo una palabra. Iba caminando al lado de Ralf, observando los edificios a su alrededor, a los niños jugando, a los vendedores, a todos. Se notaban contentos, tranquilos. Muy diferente a como ella se sentía.Ralf caminaba con las manos en los bolsillos como si no tuviera ninguna responsabilidad en el mundo.–Es una buena zona –comentó de pronto, señalando con la barbilla–. No está tan lejos de la casa del alfa, pero tampoco tan cerca.Amaris no respondió.–La cabaña es pequeña, pero privada –siguió hablando.–No necesito privacidad –murmur&oac
La sala de archivo, era un cuarto oscuro, lleno de polvo que en cuanto Amaris lo vio, lo odió. Estaban todos los informes en cajas, puestos por todo el lugar sin un orden. Ordenar ese lugar iba a tomar tiempo. Mucho tiempo. Se arremangó su blusa y empezó con su tarea titanica. La mayoría de los archivos eran tediosos. Informes de rutina, horarios de patrullaje, rotaciones de guardia… solo que las fechas estaban revueltas y eso era lo que tenia que ir arreglando. Amaris había perdido la cuenta de las horas. Entre papeles rotos y registros medio ilegibles, el trabajo era más una prueba de paciencia que de habilidad. Le llevaron un sandwich a la hora del almuerzo que comió mientras seguía ordenando ese lugar. Solo que por momentos estaba encontrando algo que no cuadraba. No era constante, no aparecía todos los días, pero ahí estaba. Escondido entre los reportes de patrullaje. Cerca de la medianoche, nunca la misma hora, siempre distinta y solo una hora. Y nunca había dos vacíos segu
El leve chirrido de la puerta interrumpió momentáneamente el silencio del despacho. Amaris alzó la vista. Silvana entró con una bandeja entre las manos y una sonrisa suave que iluminaba su rostro. El aroma a pan recién horneado y té tibio se deslizó por la habitación con una calidez acogedora. Al verla, Elliot, dejó el bolígrafo sobre la mesa y se puso de pie. –Buenos días –dijo él, acercándose a ella. –Buenos días, amor –respondió Silvana, levantándose ligeramente de puntas para besar su mejilla–. Te traje algo de desayuno. Pensé que tal vez no habías comido nada desde anoche y… bueno, como no volviste a casa… supuse que estabas trabajando, pero me quedé esperando igual. Elliot le sostuvo la mirada por un instante. –Lo siento –dijo él en voz baja–. Perdí la noción del tiempo y después no quería despertarte tan tarde. Ella negó con la cabeza, comprensiva.–No importa. Ya sé cómo te pones cuando algo te inquieta –murmuró con ternura y le acarició el rostro con dulzura. Luego mir
Amaris se levantó para dejar todos los reportes en una esquina del escritorio de Elliot. Algunos sobresalían del montón y al querer enderezarlos, uno de los papeles resbaló.—Cuidado —murmuró Elliot al mismo tiempo que ella estiraba la mano para atraparlo.Ambos se agacharon a la vez. Sus manos se rozaron haciendo que ella se moviera apresuradamente perdiendo el equilibrio. Sin pensar, Elliot la sujetó por la cintura para evitar que se cayera.Quedaron así, congelados por un instante. Ella sostenida por él, sus rostros más cerca de lo que debería ser cómodo, con la respiración entrecortada por la cercanía. Amaris se enderezó enseguida, apartándose con rapidez. Pero no pudo evitar sentir como su corazón se aceleraba.—Gracias —dijo en voz baja, evitando mirarlo y con las mejillas sonrojadas.Elliot carraspeó y dio un paso atrás, incómodo, rascándose la nuca.—¿Y? —Elliot tosió en su mano antes de volver a hablar—. ¿Has recordado algo?Ella lo miró, sin saber si la pregunta era por cur
La cabaña estaba en penumbra, iluminada apenas por la tenue luz de la lámpara sobre la mesa. Amaris, envuelta en una manta, daba vueltas con una taza entre las manos. La imagen de Silvana adentrándose en el bosque seguía firme en su memoria. No había podido contárselo a nadie aún… aunque la idea de hablar con Ralf empezaba a parecer más segura que seguir callando. No solo porque necesitaba que confiaran en ella, sino que también porque algo estaba ocultando y no creía que fuera bueno. Unos golpecitos sonaron en la puerta.“Llegó Ralf”, pensó Amaris antes de acercarse y abrir. Encontró a Ralf con su sonrisa fácil de siempre.—Hola chica misteriosa. ¿Molesto? —preguntó con voz baja.—Depende —respondió ella, cruzándose de brazos con una ceja levantada y una pequeña sonrisa en el rostro. Era fácil hablar con Ralf. Era como un pequeño hermano molesto. —No vine solo —dijo él, ladeando la cabeza.Detrás de él apareció Elliot con los brazos cruzados y la expresión neutral… o al menos eso i
Los últimos días habían sido un torbellino de preparativos. Desde que Amaris comenzó a ayudar a Silvana, el tiempo parecía haberse comprimido en una sucesión interminable de tareas: acomodar las mesas, revisar el menú, supervisar la llegada de los arreglos florales, probar combinaciones para el cóctel de bienvenida. Silvana no le delegaba demasiado, pero no podía negar que la presencia de Amaris le era útil. Ayudaba en todo lo que le pedía y tenía un excelente gusto en las decoraciones. La cena sería el sábado por la noche, y algunos alfas ya habían confirmado que se quedarían hasta el día siguiente. Los preparativos estaban casi listos, y Silvana le entregó una carpeta con la lista definitiva de invitados para que organizara las tarjetas de bienvenida. Amaris se sentó en una de las mesas aún vacías, alejadas del bullicio, y abrió la carpeta. Iba pasando los nombres, reconociendo a algunos por lo que había escuchado en la oficina de Elliot o nombres que había oído antes, cuando aún
El salón principal estaba casi listo. El aroma a flores frescas y pan horneado flotaba en el aire, mientras las omegas iban de un lado a otro organizando los últimos detalles. Amaris, acomodando un ramo de peonías en la mesa principal, se volvió hacia Silvana, que revisaba todo con una expresión atenta.—¿Cómo te sientes? —preguntó Amaris—. Debe ser agotador estar organizando todo esto estando tan cerca de tener a tu bebé.Silvana la miró sorprendida por un instante, pero luego sonrió con dulzura.—He tenido días peores —dijo con una risa ligera, llevándose la mano al vientre—. Pero sí, a veces me pesa un poco más de lo que quisiera.Amaris bajó la mirada hacia su vientre redondeado.—¿Te falta mucho?—Unos dos meses, más o menos —respondió Silvana, su voz teñida de una mezcla de emoción y nerviosismo—. Ya quiero tenerlo en brazos… aunque también me aterra un poco.Amaris sonrió de manera genuina, a pesar del nudo que sentía en el estómago. —Supongo que es normal. Es un cambio enorme
–¡No puedes hablar en serio! –Hablo muy en serio madre. –Amaris miró a su madre determinada. –Lo amo.–Hija. Tienes solo diecinueve años. No sabes lo que es el amor. Lo que tú tienes es una obsesión. –Su madre trataba de hacerla entender.–No, no es así. Yo lo amo y eres tú quien no quiere que yo sea feliz. Amaris vió como el rostro de su madre mostraba dolor por su comentario. Pero era así. Toda su vida había tenido que estar encerrada, protegida, sin ver a nadie, porque según ella era peligroso. –Hija mía… entiende… ese hombre no te ama.–Si me ama. Él me lo dijo.–No… imposible. –Ella negaba. –Tú nunca lo has visto en persona. –Si lo conozco. –Amaris le aclaró. –Lo conozco desde hace meses. Él es dulce, comprensivo, respetuoso. Lo amo. –Repitió.–No… tú nunca has salido de aquí. No tienes como conocerlo.–¡Si lo conozco! –Gritó Amaris. –Entiéndelo de una buena vez. Nos amamos, vamos a casarnos. –¡No te ama! –Volvió a negar su madre. –¡No puede ser verdad!–¿Estas diciendo que