La cabaña estaba en penumbra, iluminada apenas por la tenue luz de la lámpara sobre la mesa. Amaris, envuelta en una manta, daba vueltas con una taza entre las manos. La imagen de Silvana adentrándose en el bosque seguía firme en su memoria. No había podido contárselo a nadie aún… aunque la idea de hablar con Ralf empezaba a parecer más segura que seguir callando. No solo porque necesitaba que confiaran en ella, sino que también porque algo estaba ocultando y no creía que fuera bueno.
Unos golpecitos sonaron en la puerta.
“Llegó Ralf”, pensó Amaris antes de acercarse y abrir. Encontró a Ralf con su sonrisa fácil de siempre.
—Hola chica misteriosa. ¿Molesto? —preguntó con voz baja.
—Depende —respondió ella, cruzándose de brazos con una ceja levantada y una pequeña sonrisa en el rostro. Era fácil hablar con Ralf. Era como un pequeño hermano molesto.
—No vine solo —dijo él, ladeando la cabeza.
Detrás de él apareció Elliot con los brazos cruzados y la expresión neutral… o al menos eso i