CAPÍTULO VEINTIDOS

Luego de ver a mi pequeña entrar al jardín con ilusión, una notificación en mi teléfono hizo que frunciera el ceño.

Abrí el mensaje con algo de dificultad; la pantalla estaba rota desde hacía años.

“Audiencia por custodia, programada para dentro de un mes, el día quince a las trece horas. Llegar con abogado.”

Suspiré pesadamente. Esta era una razón más para ir a verla ahora mismo. Tenía que resolver esto antes de ir a trabajar o terminaría perdiendo la cabeza.

Desabroché mi chaqueta y comencé a caminar arrastrando los pies hacia su empresa. No me importaba cómo me viera.

Despeinado, con el vaquero roto en las rodillas, una camisa tan ancha que el cuello caía a mitad de mi pecho, y mi campera de cuerina gastada y desteñida por el sol.

Al llegar pregunté por ella, pero aún no había llegado. Así que decidí esperarla, sentándome en el mismo sillón de la última vez.

Mi mente y mi corazón iban a mil por hora. Cerré los ojos, apoyé los codos en las rodillas y pasé los dedos entre mi cabello,
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