La mesa estaba perfectamente servida para impresionar a todo aquel que no se sintiera seguro de sí mismo, parecía más una cena romántica para novios enamorados que, la representación teatral que en realidad era. Los candelabros encendidos, las copas de cristal y los hermosos platos de porcelana gritaban lujo, ostentación y sobre todo riqueza. Todo era perfecto, frío y banal.
Valeria entró con paso firme, vestida con un conjunto negro de seda que no había elegido su carcelero. Lo había hecho ella por sobre el elegante traje color champán junto a unos zapatos color nude que hacían perfecto juego para quien se sentía feliz y a gusto, pero ella, desde este momento se hallaba de luto. Uno que le fastidiaba a su esposo.
Leonid ya estaba sentado, con una copa de vino en la mano, observándola como si evaluara una obra de arte que no le terminaba de convencer al verla vestida de negro aun cuando el traje le quedaba como un guante acariciando cada rincón de su bello cuerpo.
—Dejé un vestido a t