María entró apresurada, le preguntó.
—¿Cómo es eso que vas a renunciar?
—¿Quién te dijo?
—El CEO. ¿Pero por qué Sofía?
—Te prometo que algún día te contaré.
—¿Y no puedes ahora?
—No.
— Está bien, pero te voy a extrañar. Me estás abandonando a merced de la bruja de Amelia. ¿Es verdad que se casó con Antonio?
—Así es. No creo que te moleste, según ella tuvo una epifanía y ahora es mejor persona.
—¡Ja! Yo no le creo… me voy a trabajar, nos vemos en el almuerzo.
Cuando le comentó a Marta que algunas personas le habían preguntado por su renuncia.
—Sabías que esto iba a suceder —comentó Marta a finales de esa semana—. La señorita Romero trabajó muchos años para Vicente y renunció solo porque tenía la edad de jubilación, debe resultarles extraño que tú renuncies a los ocho meses de conseguir el empleo.
—Desearía que lo aceptaran sin discusiones —repuso la joven, haciendo a un lado el periódico que hojeaba para buscar otro trabajo—. No sé para qué pierdo el tiempo. Nunca encontraré