49. Casi un loco

Lo primero qué hace Gerardo al pobre Amado es sostenerlo del cuello, sin tanta presión. Con sus ojos abiertos, es más bastante obvio que está afectado por sus palabras.

—Repite lo qué dijiste —Gerardo ordena en voz calmada. Sin embargo, por dentro es una llama encendida.

Amado alza sus manos, confundido por la reacción de Gerardo.

—Una mujer estaba con usted anoche, Don Gerardo —repite Amado.

—¿Cómo era?

—No logré verla por la lluvia. La fuerte tormenta no dejó que lograra verla. Estaba de espaldas hacia mi —Amado se arregla el sombrero cuando Gerardo lo libera. Una clara expresión de duda aparece—. ¿Está bien, Don Gerardo?

Con la respiración desenfrenada Gerardo se pasa la mano por su cabello, desordenándolo.

No hay palabras adecuadas para describir lo que está sintiendo. ¡Lo sabía! ¡No está loco! No fue un sueño.

Altagracia estaba con él. ¡Estaba con él!

No hay molestia. No hay resentimiento. Jamás en la vida se había sentido tan abrumado por la emoción. Cuando Amado le pregunta, Ge
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