149. Un amor soñado
Altagracia creyó que sería una buena idea hacerle una pequeña broma inocente a su marido. Y como lo había sospechado, si funcionó.
Al ver la palidez de Gerardo cuando él le devuelve la mirada, Altagracia no evita echarse a reír un poco.
Altagracia le sonríe a su abuela mientras se acerca al altar. Es una hermosa imagen ahora porque la última vez fue ella quien la llevó al altar. No Roberto por las indiferencias. Ahora con el beneficio del perdón, es un sueño hecho realidad. Altagracia logra finalmente llegar al altar.
—Gerardo —Roberto le habla, mirándolo a los ojos—. Te entrego a mi hija —su padre coloca su mano en la mano de Gerardo—, te entrego a mi hija para que la ames, y la cuides. No le hagas daño, y si ya no la amas, devuélvemela a mis brazos. Estará segura en los brazos de su padre. Mi hija te eligió como su compañero de vida, y mi es deber entregártela como Dios siendo testigo —Roberto hace llorar a más de una persona. Coloca la mano en el hombro de Gerardo—, cuídala.
Gerar